Transilvania es cuna de miles de libros, películas y míticas historias traídas hasta Occidente, la gran mayoría ambientadas dentro de una gris, oscura y tétrica niebla. Pero detrás de este siniestro manto se encuentra una de las regiones más hermosas y sorprendentes que he visitado nunca, sin duda merecedora de entrar en los "Top Ten" de mis viajes (siempre encabezado por Estambul y que algún día tendré que hacer y que sin duda me costará sudor y lágrimas).
Limitada geográficamente por los Cárpatos (también conocidos como los alpes de Transilvania -con interesantes estaciones de esquí, según la Loly-), por las montañas Apuseni al Oeste y por el río Somesh al norte (frontera con la provincia de Maramuresh), la región de Transilvania ocupa una superficie similar a la de Castilla-León, a todas luces inabarcable toda ella dentro de nuestro viaje de una semana por Rumanía. Está situada en el corazón mismo de Rumanía, al norte de la histórica provincia de Wallachia y de la capital, Bucarest. Sus principales centros urbanos son Brasov y Sibiu al sur y Cluj-Napoca al norte.
A pesar de ser reclamo de turistas ávidos de sangre cinematográfica e infinitas leyendas, lo que hace tan especial a Transilvania son sus paisajes, con inmensos y densos bosques, montañas imponentes, grandes llanuras para cultivo y ganadería. Todo ello decorado con pequeños pueblos pueblos de montaña y villas de meseta con bastante bien conservadas ciudadelas medievales con iglesias de estilo gótico.
Nuestro viaje por Transilvania finalmente se ha quedado en un par de días completos, debido al deficiente estado de la carretera del delta del Danubio hacia Brasov, que nos obligó a estar un día entero de viaje. Hemos visto, por orden: Brasov, Sinaia, Bran, Rasnov, Sighisoara y por último un viaje en tren (con inmejorables paisajes) hasta Cluj-Napoca. En Brasov sólo pudimos hacer un rápido paseo nocturno (con magníficas vistas desde la Torre Negra), ver la plaza principal con la iglesia Blanca y la iglesia Negra y probar algo de su comida tradicional (la mamaliga, una masa bastante densa de trigo con mantequilla, y el kurtosh kalac, un rodillo de harina a la brasa recubierta de nuez y azúcar.
Al día siguiente alquilamos un coche y nos lanzamos a explorar Transilvania, o al menos una pequeña parte. Nuestro primer destino fue Sinaia. Este pueblo montañoso en la carretera a Bucarest alberga cientos de casas con buhardillas de estilo francés y que guardan mucho parecido con cualquiera de las casas encantadas que hemos visto en muchas películas de terror. Pero sobre todo, guarda el castillo de Tepes. Esta residencia de verano del rey Carol I fue construida en el S. XIX y guarda en su interior habitaciones con variados estilos (italiano, francés, mozárabe, turco....), todas ellas con una exquisita decoración (lámparas de cristal de Murano, muebles de madera tallada con máximo detalle, pianos del s. XVI, pinturas de la escuela flamenca y hasta una réplica de una de las fuentes de la Alhambra) y sorprendentemente equipadas con la más alta tecnología (alemana, como si no...) de la época (calefacción, electricidad, ascensores, un sistema de acondicionamiento de aire y hasta un conjunto de tuberías con accesos en las paredes para pasar la aspiradora!). Todo esto lo descubrimos gracias a nuestro guía, muy simpático y atento, con un inglés muy fluido y...... con colmillos!. Cierto como es, hasta una chica que venía con nosotros se lo comentó. Todos nos reímos, incluido él, aunque la chica dejó de reírse cuando el guía le propuso acompañarla en un tour a ella sola por las estancias cerradas al público.
Después del castillo de Tepes, la verdad es que el castillo de Bran queda en un muy segundo plano. Este castillo fue construido en el s. XV, por lo que en cierta medida es lógico que su interior sea mucho más sobrio y exento de la alta tecnología del anterior. Aquí es donde nos encontramos todo el paisaje de la leyenda de Drácula o Vlad Tepes "El Empalador", apodo que se le dio por su curiosa afición a hacer doner kebap con sus enemigos. A pesar de que apenas paró por aquí y de que el autor de la novela que dió fama mundial a su leyenda (Bran Stoker) apenas pasaron por aquí, es cierto que su arquitectura y paisaje casan perfectamente con el aire tétrico de la historia. Y eso claro, ha hecho florecer a su alrededor un próspero comercio de merchandising del "tío de los colmillos".
Después de Bran, atravesando la ciudadela de Rasnov y recorriendo una ondulante carretera, llegamos a nuestro último punto: Sighisoara. En parte por el cansancio de los kilómetros recorridos y en parte porque nos hicieron pagar el acceso a la misma (había una feria medieval y estábamos obligados a hacerlo aunque no quisiéramos participar en ella), el tour por Sighisoara fue rápido y personalmente me decepcionó un poco. Con todo, pudimos admirar la tremenda torre del reloj, hacer parada obligatoria en la casa donde se crió Vlad Tepes (ahora reconvertido en restaurante Casa Vlad-Dracula) y subir por la curiosa escalera cubierta hasta la iglesia gótica de la colina, con preciosas vistas del pueblo y de la meseta que lo contiene.
En resumen, Transilvania es mucho más de lo que conocemos en libros y películas. Un vasto y verde territorio de valles y montañas por las que hacer obligado paso, de atractivos pueblos medievales y de hechizantes castillos. Sin duda me gustaría haber pasado más tiempo. Me he quedado con ganas de visitar Sibiu y de disfrutar más de Brasov, pero sobre todo de hacer una ruta de cinco días por algunas de sus montañas, durmiendo en albergues y disfrutando de sus extraordinarios paisajes.
Hasta la vista Drácula!
Limitada geográficamente por los Cárpatos (también conocidos como los alpes de Transilvania -con interesantes estaciones de esquí, según la Loly-), por las montañas Apuseni al Oeste y por el río Somesh al norte (frontera con la provincia de Maramuresh), la región de Transilvania ocupa una superficie similar a la de Castilla-León, a todas luces inabarcable toda ella dentro de nuestro viaje de una semana por Rumanía. Está situada en el corazón mismo de Rumanía, al norte de la histórica provincia de Wallachia y de la capital, Bucarest. Sus principales centros urbanos son Brasov y Sibiu al sur y Cluj-Napoca al norte.
A pesar de ser reclamo de turistas ávidos de sangre cinematográfica e infinitas leyendas, lo que hace tan especial a Transilvania son sus paisajes, con inmensos y densos bosques, montañas imponentes, grandes llanuras para cultivo y ganadería. Todo ello decorado con pequeños pueblos pueblos de montaña y villas de meseta con bastante bien conservadas ciudadelas medievales con iglesias de estilo gótico.
Nuestro viaje por Transilvania finalmente se ha quedado en un par de días completos, debido al deficiente estado de la carretera del delta del Danubio hacia Brasov, que nos obligó a estar un día entero de viaje. Hemos visto, por orden: Brasov, Sinaia, Bran, Rasnov, Sighisoara y por último un viaje en tren (con inmejorables paisajes) hasta Cluj-Napoca. En Brasov sólo pudimos hacer un rápido paseo nocturno (con magníficas vistas desde la Torre Negra), ver la plaza principal con la iglesia Blanca y la iglesia Negra y probar algo de su comida tradicional (la mamaliga, una masa bastante densa de trigo con mantequilla, y el kurtosh kalac, un rodillo de harina a la brasa recubierta de nuez y azúcar.
Al día siguiente alquilamos un coche y nos lanzamos a explorar Transilvania, o al menos una pequeña parte. Nuestro primer destino fue Sinaia. Este pueblo montañoso en la carretera a Bucarest alberga cientos de casas con buhardillas de estilo francés y que guardan mucho parecido con cualquiera de las casas encantadas que hemos visto en muchas películas de terror. Pero sobre todo, guarda el castillo de Tepes. Esta residencia de verano del rey Carol I fue construida en el S. XIX y guarda en su interior habitaciones con variados estilos (italiano, francés, mozárabe, turco....), todas ellas con una exquisita decoración (lámparas de cristal de Murano, muebles de madera tallada con máximo detalle, pianos del s. XVI, pinturas de la escuela flamenca y hasta una réplica de una de las fuentes de la Alhambra) y sorprendentemente equipadas con la más alta tecnología (alemana, como si no...) de la época (calefacción, electricidad, ascensores, un sistema de acondicionamiento de aire y hasta un conjunto de tuberías con accesos en las paredes para pasar la aspiradora!). Todo esto lo descubrimos gracias a nuestro guía, muy simpático y atento, con un inglés muy fluido y...... con colmillos!. Cierto como es, hasta una chica que venía con nosotros se lo comentó. Todos nos reímos, incluido él, aunque la chica dejó de reírse cuando el guía le propuso acompañarla en un tour a ella sola por las estancias cerradas al público.
Después del castillo de Tepes, la verdad es que el castillo de Bran queda en un muy segundo plano. Este castillo fue construido en el s. XV, por lo que en cierta medida es lógico que su interior sea mucho más sobrio y exento de la alta tecnología del anterior. Aquí es donde nos encontramos todo el paisaje de la leyenda de Drácula o Vlad Tepes "El Empalador", apodo que se le dio por su curiosa afición a hacer doner kebap con sus enemigos. A pesar de que apenas paró por aquí y de que el autor de la novela que dió fama mundial a su leyenda (Bran Stoker) apenas pasaron por aquí, es cierto que su arquitectura y paisaje casan perfectamente con el aire tétrico de la historia. Y eso claro, ha hecho florecer a su alrededor un próspero comercio de merchandising del "tío de los colmillos".
Después de Bran, atravesando la ciudadela de Rasnov y recorriendo una ondulante carretera, llegamos a nuestro último punto: Sighisoara. En parte por el cansancio de los kilómetros recorridos y en parte porque nos hicieron pagar el acceso a la misma (había una feria medieval y estábamos obligados a hacerlo aunque no quisiéramos participar en ella), el tour por Sighisoara fue rápido y personalmente me decepcionó un poco. Con todo, pudimos admirar la tremenda torre del reloj, hacer parada obligatoria en la casa donde se crió Vlad Tepes (ahora reconvertido en restaurante Casa Vlad-Dracula) y subir por la curiosa escalera cubierta hasta la iglesia gótica de la colina, con preciosas vistas del pueblo y de la meseta que lo contiene.
En resumen, Transilvania es mucho más de lo que conocemos en libros y películas. Un vasto y verde territorio de valles y montañas por las que hacer obligado paso, de atractivos pueblos medievales y de hechizantes castillos. Sin duda me gustaría haber pasado más tiempo. Me he quedado con ganas de visitar Sibiu y de disfrutar más de Brasov, pero sobre todo de hacer una ruta de cinco días por algunas de sus montañas, durmiendo en albergues y disfrutando de sus extraordinarios paisajes.
Hasta la vista Drácula!
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